domingo, 11 de abril de 2021

Capítulo 7. Felipe, el marido de la Reina

El 10 de junio de 1921, encima de la mesa del comedor, venía al mundo Felipe de Grecia y Dinamarca, hijo de la princesa Alicia de Battenberg y del Príncipe Andrés de Grecia y Dinamarca. Así de primeras nos podríamos imaginar que a Felipe le esperaba una vida de lujos y oropeles, pero la triste realidad es que los padres de Felipe eran pobres como ratas.

El duque de Edimburgo con alrededor de un año.
Hoy en día, Instagram los hubiera sacado de pobres.
Por si esto fuera poco, apenas un año después de nacer, en Grecia se produjo un golpe de estado, el rey Constantino I de Grecia - abuelo de la reina Sofía - fue obligado a abdicar y toda la familia real tuvo que salir por patas, bajo amenaza de ejecución. Tal era la movida que al pequeño Felipe lo metieron en una caja de naranjas, por su propia seguridad. Un follón de narices, vamos. Como su abuela materna era nieta de la reina Victoria (protagonista del primer capítulo de esta saga), la familia tenía buena relación con la casa real británica, lo que le facilitó la huida en el buque de guerra británico Calypso, que los llevó a Francia.

Allí llegaron con una mano delante y otra detrás, pero como hay que tener familia hasta en el infierno, en París se alojaronen una casa que su tía, María Bonaparte (sobrina bisnieta de Napoleón) les prestó. María les dijo lo típico que se dice en estos casos: "vosotros no os preocupéis, lo que os haga falta, el tiempo que haga falta". Ocho años estuvieron acoplados. Ocho años. No consta si María llegó a plantearse llamar a una empresa de esas que te desokupan el piso en veinticuatro horas, pero yo no lo descartaría. 

Durante esta época, Alicia, la madre de Felipe, trabajaba como dependienta en una tienda de productos griegos. Los veranos los pasaban de casa de familiar en casa de familiar, viviendo la vida loca, mientras que el pobre Felipe iba pasando de mano en mano, como la falsa moneda. Claro, con esos mimbres, el arbolico se les fue torciendo un poco y Felipe se convirtió en un niño un poco kamikaze, vamos, un terrorista de la vida. 

- ¿Qué tiran los indios?
- ¡Flechas!
- ¡Pues pa tu culo van derechas!  
La infancia de Felipe transcurría sin muchos sobresaltos. Con siete añitos, a Felipe lo mandaron a vivir con su abuela materna al palacio de Kensington y luego, con su tío Jorge Mountbatten a Berkshire. ¿Os habéis fijado en que la madre de Felipe se apellidaba Battenberg, pero su tío Mountbatten? Pues tiene su explicación. Alicia nació en el palacio de Windsor en 1885, mucho antes de que tener apellido alemán en Reino Unido estuviera tan mal visto. Unos años después, en 1917, al tiempo que la familia real inglesa cambiaba su apellido de Sajonia-Coburgo a Windsor, el abuelo de Felipe, padre de Alicia, decidía cambiar el apellido de su familia de Battenberg a Mountbatten ("berg" significa montaña en alemán). Alicia, que se había casado con Andrés de Grecia y Dinamarca en 1903 siguió usando el apellido en su versión alemana, ya que en Grecia no le suponía tanto problema. 

"Me estáis poniendo la cabeza loca con tanto cambio de nombre, nenes"
Como decíamos, la infancia de Felipe transcurría tranquila. Bueno, menos cuando sus hermanas se casaron con tres oficiales de las SS, vamos, con tres nazis. Y menos cuando su madre empezó a decir que veía a Jesucristo y se la llevaron interna a un sanatorio mental, diagnosticada de esquizofrenia.  Bueno, y cuando su padre se fue a por tabaco a Montecarlo y se le olvidó volver. Así las cosas, lo mejor que le pudo pasar a Felipe es que decidieran mandarlo al Schule Schloss Salem, un colegio privado en Alemania cuyo principal atractivo es que a su familia le salía gratis, ya que era propiedad de la familia de uno de sus cuñados (sí, uno de sus cuñados nazis). Allí conoció a Kurt Hahn, un pedagogo judío, que se convertiría en su mentor y con el que entabló una estrecha relación de cariño y respeto. Pero como se suele decir, la alegría dura poco en casa del pobre, Hitler llega al poder y a los cuñados de Felipe, lo de estar pagándole un maestro judío al nene, por lo que sea, no les venía bien. 

Allá que cogió otra vez la maletas y junto con su profesor, se marchó a Escocia, donde el señor Hahn fundó el internado de Gordonston, famoso por ser muy estricto y duro. Sin embargo, esto no supuso un problema para Felipe, que pronto se reveló como un consumado deportista, convirtiéndose en capitán del equipo de hockey y de cricket. 



El príncipe Felipe, sentado en el centro de la primera fila. 
Lo que pasó cuando Elisabeth lo conoció, con trece años (no) te sorprenderá.
Quizá el punto de inflexión en la vida de Felipe llegó en el año 1937. Su hermana Cecilia pierde la vida, junto a sus hijos, en un accidente de avión y su tío Jorge Mountbatten, que hasta ahora había sido el responsable de la educación de Felipe, fallece un año después de un cáncer óseo. Su abuela, que ya estaba muy mayor para encargarse de un adolescente, le pidió a otro de sus hijos, Luis, que velase por el pobre Felipe. 

Luis Mountbatten era un personaje en sí mismo del que podríamos hablar largo y tendido, pero si algo tenemos que destacar de él en este momento es el ojo clínico que tenía. La situación era la siguiente: a Luis le habían dejado a su cargo a un chaval de diecisiete años, que se acababa de alistar en la Marina Real y que tenía esta facha:

Está claro que Lord Mountbatten hizo sus cálculos y las cuentas, le salían. Así, en 1939, aprovechando una visita del rey Jorge VI y su familia, incluida la entonces princesa Lilibeth, a la Darthmouth Royal Navy College, Mountbatten se las apañó para presentar a los muchachos. Años después, el príncipe Felipe contaba que no recordaba muy bien aquel encuentro, ni cómo mientras que la familia real navegaba en un yate, él cogió un bote a remo para seguirlos y los saludaba cuando se cruzaban. Una cosa como cuando sales de marcha y "casualmente" te encuentras con tu crush en un bar y luego """casualmente""" (dadme comillas más grandes), te lo vuelves a encontrar en otro sitio. 

A la pequeña Lilibeth, que entonces solo tenía trece años, pero que ya sentía cosas por dentro, se le cayeron las bragas al suelo con aquel muchacho rubio, alto y de ojos azules, pero teniendo en cuenta que la muchacha aún tenía edad de usar calcetas y que la II Guerra Mundial estaba llamando a la puerta, el romance tuvo que esperar.

Durante la Guerra, Felipe sirvió bajó bandera británica en la Marina Real; al principio, lo mantenían un poco en la retaguardia, porque dado que Grecia no había entrado formalmente en combate, hubiera sido un poco embarazoso que un príncipe griego muriera sirviendo en el ejército británico. Sin embargo, cuando en octubre de 1940, Italia invade Grecia, a Felipe le dijeron que "a muerte" y este respondió "os vais a cagar". Durante el transcurso de la guerra, Felipe demostró ser un excepcional estratega y con tan solo veintiún años, se le otorgó el título de teniente primero de la Marina, siendo uno de los oficiales más jóvenes en detentar aquel cargo. 

Al acabar la guerra, la pequeña Lilibeth era una jovencita de diecinueve años que estaba como en La isla de las tentaciones, rodeada de pretendientes. Pero a ella le había hecho tilín aquel muchacho, que tan poca gracia le hacía su madre. Que sí, que era muy guapetón y valiente, pero ni tenía nacionalidad inglesa, ni tenía apellido (se le conocía como Felipe de Grecia). Y lo que sí que tenía era tres hermanas casadas con nazis, un padre vividor y una madre que estaba más pallá que pacá y que ahora decía que se quería meter a monja. 
"Nene, ¿quién dices que se ha prendao de ti?"
Todo esto no iba a ser un impedimento para el amor, así que Felipe cogió el toro por los cuernos, renunció a su nacionalidad griega, a todos sus títulos nobiliarios, se convierte al anglicanismo, solicita la nacionalidad británica y adopta el apellido Mountbatten. Aún así, todavía le ponían pegas al zagal: que si Lord Mountbatten era socialista, que si tenía ideas muy liberales, que a ver si quería meter al sobrino en la familia real como un caballo de Troya que destruyera a la familia desde dentro... Pero Lilibeth estaba totalmente enamorada y no iba a dar su brazo a torcer, así que a su padre, Jorge VI, no le quedó más remedio que claudicar y otorgarle a Felipe el título de duque de Edimburgo, para que la niña no se casara con un "destitulao"

El que la sigue, la consigue.
La boda tuvo que ser mundial. Además de ser la primera boda real retransmitida por televisión, hubo dos recepciones previas en las que la duquesa de Kent sufrió un desmayo y el duque de Devonshire fue víctima de una paliza a manos de un majarajá indio borracho. Las hermanas y los cuñados nazis de Felipe, obviamente, no fueron invitados. 

Los primeros años de la pareja fueron tranquilos. Felipe regresa a su trabajo como oficial de la Marina Real y pasa casi toda la semana fuera, regresando a casa los fines de semana. Felipe prefería estar destripando un barco, que en actos oficiales y dado que Isabel aún era princesa, se lo podían permitir. Llegan a mudarse a Malta, donde Felipe está al mando de un buque, llevando una vida de lo más normal: Felipe trabaja, Isabel va de compras, él es el padre de familia, está al mando, ella vive embobada mirando a su marido. Nacen sus dos primeros hijos, Carlos y Ana, Felipe es ascendido a capitán y compaginan su vida normal con algunos actos oficiales, lo que esperaban hacer durante al menos, quince o veinte años. Pero en 1952, apenas cinco años después de casarse y estando de viaje oficial en Kenia, Jorge VI, padre de Isabel, muere y Felipe cae de repente en la cuenta de que es el marido de la Reina de Inglaterra. Flípalo, chaval. Él, que había cogido aquel avión a Kenia de la mano de su mujer, regresaba a Inglaterra caminando dos pasos por detrás de la Reina de Inglaterra. 

El primer problema con el que se encontraron es que no sabían cómo llamarle. La mujer de un rey es la reina, pero el marido de una reina no puede ser rey, porque el título de rey es de rango superior al de reina, así que una de las primeras cosas que tiene que hacer Felipe, antes de que coronen reina a su mujer, es arrodillarse ante ella en una ceremonia pública, en la abadía de Westminster, para jurar sumisión a la reina y convertirse en su vasallo. 

La muerte del rey y la coronación de su esposa como reina supuso para Felipe el fin de la vida tal y como la conocía: adiós a la Marina, adiós a la libertad, adiós a su mujer. En lugar de aquello, tuvo que hacer frente a una serie de circunstancias que, las cosas como son, a todos nos escocerían un poco. Para empezar, Churchill, que era el Primer Ministro por entonces, le tenía un poco de ojeriza, porque lo consideraba demasiado liberal y muy de izquierdas. Que Lord Mountbatten, su tío y principal valedor, hubiera participado en el proceso de Independencia de la India, tampoco ayudaba mucho a granjearse sus simpatías. 

Así, Felipe tuvo que ver cómo en la primera apertura solemne del Parlamento, el trono del consorte había sido sustituido por una simple silla. Los apellidos de sus hijos también fueron tema de debate nacional, porque mientras que el Parlamento y la Reina Madre sostenían que la casa de Windsor tenía que ser eterna, sin que apellidos ajenos a ella mancillasen su nombre, Felipe se lamentaba de que era el único hombre del Reino Unido al que no permitían legar su apellido a sus hijos. 

Cansado de ser un marido florero, sin autoridad ninguna, al que no dejaban tomar ninguna decisión y cuyas iniciativas por modernizar la monarquía eran ridiculizadas, Felipe se embarcó en una expedición por el mundo con el yate real. Tras meses fuera de su hogar, los rumores de distanciamiento y sobre la fragilidad del matrimonio real eran constantes. Isabel está entre la espada y la pared. Por un lado, su madre y Churchill, que insisten en que su obligación es mantenerse firme en su cargo; por otro, su marido, que está a un cuarto de hora de pedirle una hoguera de confrontación. Isabel elige a su marido y resuelve otorgarle el título de Alteza Real y concede que sus descendientes puedan llevar el apellido Mountbatten - Windsor, con la salvedad de aquellos que fueran príncipes o altezas reales, lo que en realidad es un sí, pero no, porque los cuatro hijos del matrimonio entraban dentro de la excepción. 
La familia Mountbatten - Windsor, en la que nadie se llama Mountbatten - Windsor
Felipe no destacó por ser un padre cariñoso, más bien al contrario. Con Carlos, su hijo mayor, tuvo una relación complicada porque mientras Carlos era un joven sensible e introvertido, Felipe tenía un carácter duro, estricto y era famoso por sus comentarios fuera de lugar y por sus meteduras de pata. Como abuelo, sin embargo, pareció ablandarse y para William y mi Harry ha sido un gran apoyo. De hecho, tras el fallecimiento de su madre, los príncipes aceptaron ir tras el cortejo fúnebre de su madre solo si su abuelo los acompañaba. 

Sin duda, en la vida del duque de Edimburgo ha habido luces y sombras, siempre envuelto en la polémica y las habladurías. Es tal la trascendencia de su figura que en la isla de Tanna, al este de Australia, el duque de Edimburgo es considerado el Mesías, el hijo de Kalbaben, dios de melanesios, los habitantes de esta isla. El duque visitó esta isla en los años setenta y los nativos le regalaron un bastón utilizado para matar cerdos. A la vuelta a Londres, a Felipe le pareció de buena educación enviarles una fotografía con el artilugio, lo que los melanesios interpretaron como una confirmación de que Felipe era el mesías que esperaban. De hecho, están convencidos de que la llegada del primer negro, Barack Obama a la Casablanca, fue gracias a la intervención divina del duque. 

Dios te salve, Felipe, que estás en Londres
Dejando a un lado rumores de infidelidades, anécdotas surrealistas y fabulaciones conspiranoicas, como la que lo señalan como responsable directo de la muerte de la princesa Diana, lo cierto es que el duque de Edimburgo ha escrito algunas de las páginas más destacadas de la historia del siglo XX en general y, en particular, de Inglaterra, quizá no tanto por lo que hizo, sino por haberse convertido de manera tal vez involuntaria en un abanderado del feminismo, respetando y reconociendo el papel institucional de su esposa, aceptando su papel de acompañante y siendo, como la propia reina dijo en sus bodas de oro "su fuerza y su ancla". 

May he rest in peace. 








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Nosotros, en singular, se dice tú y yo

Si sentara la cabeza, pensaría con el culo

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