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martes, 6 de marzo de 2018

Mi niño no me come

Llevo ya un tiempo con un runrún en la cabeza que no me deja pensar con claridad. Yo no soy mucho de obsesionarme, ni de comerme el tarro, pero esto no me lo quito de la mente. A mí con mis hijos, me han timado. 

Así mismo te lo digo. 

Yo oigo hablar a otras madres de sus hijos, que duermen solos, que no ponen enredos y que no gritan nunca y pienso, ¿y a mí por qué me han tocado los que se pasan la noche metiéndose en mi cama, los que juegan a desvalijar pisos y los que se acuestan roncos cada noche de lo que chillan? A ver, ¿POR QUÉ?

Esto tiene que tratarse de un error o de mucha mala suerte, porque tres que tengo, tres que me han salido ranas. Oye, que no hay día que no les tenga que amenazar con coger la puerta e irme al Caribe (no me preguntéis para qué quiere una madre una puerta en el Caribe, pero todas amenzamos con llevárnosla). 


Pero lo que más me escama a mí del tema, lo que no me creo yo ni borracha de fanta es cuando una madre me dice "ah, pues mi hijo come de todo". Vamos a ver. Los niños "que comen de todo divinamente" son como esos adultos (adultas en su mayoría) que pueden comer lo que quieran y no engordar nada, o sea, seres mitológicos salidos de la imaginación de vaya usted a saber quien. Vamos, que a otro perro con ese hueso.

Tengo yo la teoría (ya os he contado en alguna ocasión que yo soy mucho de tener teorías) de que desde el principio de los tiempos, los niños han sido unos milindres con la comida. Yo me imagino esa familia de trogloditas en su cueva, esa madre histérica porque el niño le ha pintado unos mamuts en la pared que no los quita ni Don Limpio y ese niño pegando gritos porque el bisonte se le hace bola y tiene hebras. Qué estampa tan idílica.



Como iba diciendo, que los niños pongan problemas a la hora de comer ha sucedido desde que el mundo es mundo. Lo único que ha cambiado es la forma en la los padres gestionan este asunto. Cuando yo era pequeña, tendría yo unos cinco o seis años, odiaba con todas mis fuerzas las espinacas. Ya podía decirme mi madre que me iba a poner tan fuerte como Popeye que me daba exactamente igual. Total, yo quería ser Candy Candy, no ese marinero tuerto con un brazo tremendamente desproporcionado. Pues bien, uno de esos días en los que mi madre consideró que debía comer eso que tanto asco me daba, yo empecé a llorar, a patalear, "no me bussssta". Mi madre me cogió en brazos, me sentó en su regazo, pero lejos de darme un beso o explicarme que debía comer verduras por mi bien y que si no me gustaban, otro día podría elegir yo el menú, me arreó una cucharada de espinacas en toda la boca.

"Que me da mucho asco", dije yo, entre sollozos, "que te lo comas, que llegas tarde al colegio", dijo mi madre, dejando bien claro que a ella, eso de razonar y respetar mis deseos se la traía bastante al fresco.



Y a todo esto, salido de la nada, apareció mi padre en forma de ¡FLASH! El tío me hizo una foto, sentada en brazos de mi madre, con una servilleta de tela a modo de babero, justo en el momento en el que mi madre atacaba de nuevo con otra cucharada de espinacas.

Madre mía, la foto. MADRE MÍA LA FOTO. Esa foto me estuvo persiguiendo hasta casi la adolescencia. Una vez revelada, la foto fue confiscada en un armario de la cocina y sobre mí pesaba la amenaza de que si seguía dando por saco para comer y haciendo el chorra con el "se me hace bola", "no me gusta" o "me da angustia", la foto vería la luz en tamaño 30x25 en el tablón de anuncios de mi clase. Imaginen ustedes el drama.

A día de hoy, aquel incidente no me ha supuesto ningún trauma, me encantan las espinacas y soy de esas adultas que come de todo, y a las que todo, todo les engorda. Sin embargo, parece ser que no aprendí nada de las técnicas de negociación de mis padres.

Pero como hoy en día el chantaje emocional y la persuasión bajo amenaza de hundir la reputación escolar está muy mal vistahe tenido que aplicar otros métodos: pedirles por favor que coman, los alimentos con formas (hamburguesas de Mickey, figuritas de merluza, galletas de dinosaurios...), amenzarles con no dejarles ver el móvil/tele/tablet... Y los resultados pueden ser de dos tipos; a saber, si les da la gana se los comen, y si no, no. Vamos, que tampoco tengo muy perfeccionado el tema, como veis.

En mi búsqueda del Santo Grial para tener hijos biencomedores, me he dado cuenta de varias cosas. En primer lugar, el 99% de las madres pensamos que nuestros hijos comen poco. Estoy segura de que la madre del Piraña de Verano Azul estaba convencida de que su chiquitín comía poco. Pero la realidad es que nuestros niños comen más de lo que pensamos. Un poco de pan aquí, un trocito de jamón allá, la bolsa de gusanitos que el abuelo le ha dado sin que te enteres, las galletas que la abuela le ha ido dando a trocitos entre medias... El estómago de los niños es realmente pequeño y cuesta poco llenarlo, así que antes de pensar que tu hijo ha comido poco, recapacita y piensa si en realidad es así.

Por otro lado, ya lo decía mi abuelo, "no comer por haber comido no es mal de morir". Vamos, que si tu hijo se siente inspirado a la hora de merendar y te acepta jamón york, queso, alguna fruta y un yogur, dáselo. Y si luego no cena, que no cene. A veces nos empeñamos en que coman lo que ponemos en el plato, a la hora que lo ponemos y la cantidad que ponemos, cuando quizá a otra hora, en otro sitio, u otro alimento sería más apropiado. Así que aprovecha cuando lo veas receptivo, aunque sean las seis de la tarde y tú creas que debe cenar a las ocho.



Tema televisión. Oficialmente, los niños deben comer sin televisión, sin canciones, sin distracciones y sin monerías. Ja. JA JA JA.  Esperen un momento que voy a mearme de la risa y ahora vuelvo. El avioncito, el esta por mamá, el móvil con Pocoyo y el mamá haciendo el pino puente forman parte de nuestro día a día. Que sí, que vale, que está fatal. Pero una madre con una crisis nerviosa y un niño con un plato de comida puesto por sombrero tampoco es una cosa muy agradable de ver, digo yo. Así que si el niño come con Pocoyo, pues le ponemos a Pocoyo otro plato y andando. Aunque negaré haber dicho esto en presencia de un juez.

Yo usé un truco que está remal, pero funciona. A mi mediana le encantaban los gusanitos, así que para darle de comer, cogía un gusanito, se lo enseñaba y cuando abría la boca, zasca, cucharada de puré.  Lo sé, está muy mal, nutricionalmente es una mierda y psicológicamente también, pero funcionó. Y con casi seis años ya come sin gusanitos. 

Otro truco, para cuando ya son un poco más mayorcitos, con un par de años, es dejarles ayudarte a preparar el menú. Elegir lo que van a comer, ir a comprar, cocinar... Si les implicas en este proceso, suelen tener un poco de vergüenza torera y comen. Y permíteles elegir de verdad, si te dicen que no les gusta, por ejemplo, el pimiento, no te empeñes en que coman pimiento, prueba con otras verduras que alguna habrá que les guste. Yo misma como una reducida variedad de pescado, porque me horroriza en su mayoría, pero mínimo dos veces por semana cae dorada, trucha, mújol, lubina o boquerón. Pero de la merluza, el atún, el emperador, la sardina... ni me hables, que gomito.

Ya sé lo que me van a decir algunas, que estas no son formas de enseñar a un niño a comer, que si los trocitos de alimentos, que si los niños saben lo que necesitan y no hay que forzar, blablablá. Correcto. Pero cuando una ve que su hijo ha pasado el día con medio yogur y dos trozos de manzana, se desespera. Y mucho. Así que antes de poner el grito en el cielo, ponte en un lugar de una madre que ha llorado al ver a su hija comerse un plato de comida entero.


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