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domingo, 12 de abril de 2020

Capítulo 4. Eduardo VIII, el breve

El primogénito del rey Jorge V vino al mundo en Surrey, en 1894. A sus padres les debió pasar como a muchas parejas, que no se ponían de acuerdo con el nombre que le querían poner a la criatura, así que le pusieron todos los nombres que barajaron durante el embarazo: Eduardo Alberto Cristian Jorge Andrés Patricio David.
Claro, date cuenta de que llamar al zagal por sus siete nombres era poco operativo, porque te pones a llamarlo para que venga a tomarse la merienda y, cuando llega, tiene la leche helada y las galletas más blandurrias que mi culo cuando acabe la cuarentena, así que decidieron llamarle David. Tanto gasto pa ná.
David, que tenía pinta de ser un niño adorable, con su padre Jorge V, su abuelo Eduardo VII y su bisabuela Victoria
Su infancia no es que fuera muy feliz. Como era habitual, se crio lejos de sus padres, entre niñeras y tutores. Su padre, el rey Jorge V, era distante y frío y su madre tampoco era candidata a madre del año. Con trece años, sus tutores decidieron que ya estaba bien y que pal colegio de cabeza. Y biueno... el primero de la clase, no era. Después de dos años en el Osborne Naval College, se cambió al Dartmouth Royal Naval College, pero al poco de llegar, se murió su abuelo Eduardo VII, lo que convirtió a su padre en el rey Jorge V y a él, en Príncipe de Gales y heredero al trono. Claro, con toda esta movida, pues el pobre tuvo que dejar los estudios y se salió de la Escuela Naval antes de graduarse. Cosas que pasan hasta en las mejores familias. Para que no fuera un nini, sus padres decidieron que se matriculase en la Universidad de Oxford, pero las cosas como son, si tú ya sabes que tienes la vida resuelta y que te vas a dedicar al negocio familiar, mucho interés no le pones. Así que después de casi tres años, se fue de allí con una mano delante y la otra detrás.
"Profe, que no he podido hacer los deberes porque estaba con mis cosas de príncipe heredero" 
David, a pesar de suspender hasta el recreo, era la gran esperanza blanca de la monarquía. Otra cosa, no, pero el tío era guapetón, algo así como el David Beckham de su época y claro, se ponía las botas. En 1920 empezó a verse con una señora llamada Freda Dudley Ward. Y lo de señora no es por la edad, que tenían la misma, sino porque estaba casada. Ya tenía querencia nuestro David. El caso es que David le escribía a Freda cartas en las que le contaba cada cosa... Bueno, fijaos si sería fuerte, que una de las tramas del especial de Navidad de Downton Abbey de 2013 gira en torno a una de esas cartas. Entre otras cosas, le decía que la monarquía estaba pasada de moda, que era una cosa de otra época, que tenía las mismas ganas de ser rey que de estudiar y que pasaba tres pueblos de lo que él consideraba que era el trabajo más aburrido y pesado del mundo.
No, a David, no le gustaba nada lo de ser rey. Lo de ser royal lo llevaba mejor y lo de que por ser royal le invitasen a todas las fiestas, ni te cuento. Como buen liante que era, se las apañó para que su hermano Bertie  se enrollase con una amiga de Freda, Sheila Chisholm, que también estaba casada.
David, Freda, Bertie y Sheila disfrutando de un fin de semana campestre y "taurino" 
El ritmo de vida de los hermanos Windsor no le hacía mucha gracia al rey, que viendo que con el mayor tenía la partida perdida de antemano, fue a por el pequeño.

- "Bertie, hijo, ¿tú quieres ser duque de York?
- ¿Y eso qué es?
- Pues básicamente seguir tocándote las narices, pero siendo duque.
- Posvale.
- Pues ya te estás olvidando de la pelandrusca esa y buscándote una novia como Dios manda".

Bertie, que lo que es mucha personalidad, no tenía, le hizo caso a su padre y casualmente, poco después conoce a Isabel Bowles-Lyon, más conocida como la Reina Madre, famosa por ser la embajadora de Beefeater en el mundo.

Esto no sentó nada bien a David, que escribió a Freda para decirle que si su padre pensaba que iba a dejar su relación con ella, estaba cometiendo el mayor error de su insignificante vida. Así tal cual. Y que lo odiaba y que Dios le maldijera. Casi nada.
Una de las cartas que David le envió a su amante
Pero que David estuviera encojonado con Freda no quiere decir que le fuera fiel y así, siguió buscando al amor de su vida, mientras su padre estaba convencido de que una vez que él muriera, David se iba a buscar la ruina. Cuarenta años y soltero, ya me dirás tú a mí que iba a pensar su padre de él.
Hasta que un día de 1933 conoció a una mujer americana, divorciada, casada en segundas nupcias y con fama de tener una vida disoluta. Se llamaba Wallis Simpson. A todo esto, va el rey Jorge y se muere y a David le da un agobio que te mueres, porque por si no os había quedado claro, a David, que a partir de ese momento se convertiría en Eduardo VIII, lo de ser rey le superaba. Apenas seis meses después de morirse su padre, al nuevo rey no se le ocurrió mejor idea que irse de crucero por el Mediterráneo con Wallis, que estaba todavía casada con el señor Simpson. Lo que hubiera disfrutado Peñafiel en esta movida. 
La cuestión es que durante años, nos vendieron el romance de Wallis y Eduardo como la mayor historia de amor de todos los tiempos, pero cartas que han aparecido después revelan una relación bastante tóxica, en la que Wallis trataba a Eduardo como basura, insultándolo y humillándolo, lo que por lo visto a él le molaba. ¿Y a qué se dedicaron Wallis y Eduardo? Pues a viajar, por ejemplo a Alemania, que es un país precioso, pero teniendo en cuenta que su padre tuvo que cambiar el apellido de la familia para que no se relacionase con los alemanes, igual buena idea del todo, no fue. Tampoco parece muy buena idea que en vísperas de la II Guerra Mundial, que volvió a enfrentar a Gran Bretaña con Alemania, el ex rey y su señora se fueran a visitar a Hitler. Sí, sí, a Hitler, ese señor del bigote y la esvástica. 
Wallis y Eduardo visitando a un amigo
En 1937, Eduardo y Wallis se casan, para lo cual, previamente tuvo que abdicar, recayendo el trono sobre su hermano Bertie, que a su vez nombró al ex rey duque de Windsor. Es conocida que la ambición de Wallis era ser reina de Inglaterra y que, de hecho, la boda con Eduardo fue un error de cálculo suyo, pues en cartas a su exmarido que han salido a la luz hace poco, Wallis le confiesa que sigue enamorada de él y que no quiere casarse con Eduardo, ahora que va a renunciar al trono. Sin poder dar vuelta atrás, no tuvo más remedio que casarse con él, así que pensó que ya que se había metido en este marrón, qué mejor que utilizar sus contactos en un escenario como el de la II Guerra Mundial para tratar de obtener lo que se le había negado. Documentos de la época muestran indicios de que los alemanes ofrecieron a Eduardo devolverle el trono a él y a Wallis - haciéndola reina de Inglaterra - si les ayudaban a ganar la guerra. Esto no es ninguna casualidad, de hecho, la ideología nazi de Wallis no era ningún secreto, y sus relaciones con distintas personalidades nazis y fascistas, tampoco. Que había tenido una relación con el ministro de exteriores de Mussolinni era conocido por todos y lo de que se había quedado embarazada de él y que tuvo que abortar, un rumor que corría de boca en boca.

Por suerte para todos, la jugada le salió mal y acabada la guerra, el rey los mandó a Bahamas, donde el duque de Windsor ejercía como gobernador. La reina Isabel (madre de la actual Sumaje) prohibió a todas las mujeres que se relacionaban con Wallis que le hicieran reverencias y que la tratasen de alteza, lo que a Wallis le cabreó como a una mona.
Wallis y Eduardo, sufriendo el durísimo castigo de estar confinados en Bahamas. Es increíble lo que el ser humano puede llegar a soportar. You could be heroes.

Después de una temporada en Bahamas, sufriendo lo indecible, decidieron que ya estaba bien de vivir aquel infierno y se mudaron a París. En Francia, donde hacía más de doscientos años que habían acabado con la monarquía, los veían como algo exótico y los invitaban a fiestas donde los lucían como monos de feria. Se dice que Eduardo hacía miles de regalos a su mujer, como joyas de Cartier y de Van Cleef, pero por lo que fuera, se le olvidaba pagarlas, lo que por supuesto, despertaba los cuchicheos y los chascarrillos de la alta sociedad francesa, con el consiguiente mosqueo de Wallis. 

"Wallis, ve saliendo tú, que viene por allí el dependiente de Cartier. Corre, Wallis, corre"
Wallis estaba harta de que nada le saliera como ella había planeado. Ella, que se veía como reina de Inglaterra, con todos los nobles postrados a sus pies, no era más que una friki cuyo marido no pagaba las joyas. Harta de todo, pensó en pedirle el divorcio a Eduardo, pero su cuñada, la reina de Inglaterra, la amenazó con sacar a la luz su pasado, lo que suponía dar publicidad a los rumores que afirmaban que Wallis había sido prostituta en su Pensilvania natal y que había participado en orgías en prostíbulos chinos con su primer marido. Cuentan que fue su venganza por haber arrastrado a su marido al trono, dinamitando los planes de vida tranquila y campestre que ella tenía.

Eduardo murió en 1972 sin dejar descendencia, pues las malas lenguas dicen que su amor por Wallis era más platónico que otra cosa y que jamás la tocó ni con un palo. En cualquier caso, los últimos años de Wallis transcurrieron entre la demencia y el alcoholismo. Se comenta que apenas se alimentaba más que de lechuga y vodka. Al fallecer, legó la mayor parte de su herencia al Instituto Pasteur, lo que sorprendió a la familia real, dado que Wallis jamás se interesó por las obras de caridad. 

Wallis en el entierro de su marido, acompañada por su cuñada, la reina Isabel
Wallis fue enterrada en el Cementerio Real de Frogmore, junto a su marido, en dos sencillas tumbas en el jardín, sin duda muy alejadas de la pompa y el boato que ella creyó merecer.

Tumbas del rey Eduardo VIII y de Wallis, cuya única inscripción fue "Wallis, duquesa de Windsor"




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