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domingo, 24 de julio de 2022

Capítulo 8. Isabel II, Sumaje para los amigos (I)

Elisabeth Alexandra Mary nació en Mayfair, Londres, el 21 de abril de 1926, aunque suele celebrar su cumpleaños en junio, porque así le coincidía ya con el curso acabado y nadie le ponía la excusa de que tenía que estudiar para no ir a su cumple. Lo de que es para asegurarse el buen tiempo es lo que se inventaron después, pero hacedme caso que es por esto que os digo. Su primera infancia fue muy tranquila, tenía los mejores maestros de Inglaterra, jugaba con su hermana Margarita y sus días transcurrían felices, sin más preocupaciones que ganar a los cromos. 

Elisabeth, más conocida como Lilibeth, feliz de la vida

Cuando apenas tenía 10 años, la vida de Lilibeth, cambio radicalmente. Pasó de ser la sobrina del rey de Inglaterra a la heredera al trono y eso, quieras que no, te deja tó loco. Desde ese momento, todos se afanaron en educar a la niña para ser una buena reina, lo que obviamente incluía casarla bien, pero en esta familia las cosas salen como salen y la pequeña Lilibeth, con trece añicos, conoció a Felipe de Grecia y Dinamarca, un tiarrón de dieciocho años, alto, rubio, con los ojos azules... y sin un duro. Su tío, el rey Constantino I de Grecia (de aquí que sea familia de nuestra reina Sofía) fue obligado a abdicar, toda la familia del rey fue expulsada de Grecia y la madre de Felipe se metió a monja. Su padre prefirió gastarse los dineros en los casinos, dejando a la familia en la ruina. Un movidón que te lo cuentan en una novela turca y te da la risa de lo exageraos que son, pero chica, estas cosas, pues pasan. 

Aquí, a punto de conocer a mi crush

La familia de Felipe también tuvo sus más y sus menos con su apellido. Resulta que este no era otro que Battenberg (monte Batten, en alemán), pero su abuelo, al igual que hiciera el abuelo de la reina Isabel, lo "britanizó", convirtiéndolo en Mountbatten y asunto arreglado. Como el chico era de familia noble y Lilibeth no necesitaba casarse por dinero, su padre, el rey Jorge VI les dio su bendición y los chicos se casaron en 1947. De los 74 años que estuvieron casados (Mari, se-ten-ta-y-cua-tro), felices, lo que se dice felices, fueron los cinco primeros, más o menos hasta que la reina subió al trono en 1952. A partir de ahí, la cosa comenzó a torcerse y es que en una época en la que las mujeres llevaban las zapatillas a sus maridos al sillón, no debía ser muy fácil estar casado con la soberana de medio mundo.

Sumaje, celebrando su cumpleaños en el Burger King

La ascensión al trono de la reina Isabel fue el primer escollo que tuvo que superar la pareja. Como sabéis, los reyes y reinas, al igual que el papa, tienen la posibilidad de cambiar su nombre al acceder a su cargo, lo cual esta genial si te llamas Angustias o Ludovica y tu sueño es llamarte Cayetana. Pero si eres Elisabeth Windsor y estás casada con Felipe Mountbatten en un país en el que las mujeres suelen adoptar el nombre de sus maridos, es una movida de todas, todas. Vamos, que a Felipe le tocó profundamente la moral que su mujer dijera que ella, reina o no, iba a seguir llamándose Elisabeth Windsor, Elisabeth II para el mundo y Sumaje para los amigos y que los hijos que tuvieran, también se iban a llamar Windsor. A partir de la coronación de la reina, Felipe se vio obligado a dejar la Marina y dedicarse al dolce far niente, o sea, a ser consorte. Planazo, si eres Melania Trump, pero jodienda si eres hombre en la década de los 50. Para que no diera mucho el follón, la reina lo mandó de gira a hacer no sé sabe muy bien qué y como se aburría, se echó tres o cuatro amantes, aunque esto siempre lo han negado. A su vuelta, la reina le pidió explicaciones, que él solventó con un “qué quieres, hija, si soy el único hombre del Reino Unido que no puede ni darle su apellido a sus hijos”. Para que se le pasase el disgusto, la reina resolvió concederle la distinción de Príncipe del Reino Unido, pero se ve que mucho no le convenció, porque siguió mosqueadísimo hasta que en 1960, le dieron el capricho de que los descendientes de la familia que no fuesen Altezas Reales, podrían llevar el apellido Mountbatten-Windsor. Es decir, por ejemplo, mi Harry, antes de toda la película del Megxit, se llamaba Harry Windsor (o Wales, pero esto os lo explico en otro momento), mientras que su hijo, que no es alteza real (ni lo era antes de la huida de sus padres a EEUU), se llama Archie Harrison Mountbatten-Windsor. Pero para llegar hasta aquí todavía nos queda mucha tela que cortar.

"Pues yo conocía a una que se llamaba Fina Segura y no daba tanto el follón"

A medida que pasaban los años, Felipe se iba encabronando. Vale, sí, había conseguido que sus hijos llevasen su apellido, pero de segundo y no todos, así que feliz, lo que se dice feliz, no estaba. Es por ello que, para ahogar las penas, el hombre se dedicó a coleccionar amantes, entre ellas, la princesa Alexandra de Kent, prima hermana de la Reina. Todo queda en familia, di que sí. Sumaje, como buena reina que es, en lugar de decir "te arrastro", se tragó ese sapo, peeeero dicen las malas lenguas que le pagó con la misma moneda con Porchey, amigo desde la infancia, encargado de sus caballos de carreras y Conde de Carnarvon, dueños del castillo de Highclere, donde se rueda Downton Abbey. Incluso se llegó a rumorear que Porchey era el verdadero padre del príncipe Andrés, pero esto quedó desmentido al tener este un romance con  lady Carolyne, hija de Porchey (suponemos). 

"Felipe, aquí Porchey. No te digo ná y te lo digo tó. Tú mismo"

En realidad, lo que le jorobaba soberanamente (qué bien traído 😉) al duque de Edimburgo era el hecho de ser una figura decorativa, sin ningún tipo de función, así que se propuso modernizar la monarquía y una de las medidas que tomó fue la grabación de una especie de Gran Hermano Royal que se emitió por la BBC en 1969 y que fue visto por más del 80% de la población del Reino Unido. Claro, de aquellos polvos, estos lodos y es que a partir de la emisión de aquel programa, la familia real, que hasta entonces era intocable, se convirtió en objetivo de la prensa rosa, lo que muy probablemente cambiase el rumbo de su destino, como veremos en los próximos capítulos.

La vida de Sumaje, como la de cualquier hijo de vecino, no ha estado exenta de sobresaltos, pero mientras que tus anécdotas son del tipo "un día me devolvieron tres euros de más en el súper y me hice el sueco" o "estuve a punto de ser presidente de una mesa electoral, pero al final me quedé de suplente", las suyas son un poco más en plan "me lo cuentan en una película y no me lo creo". Por ejemplo, en 1964 se descubrió que el conservador de sus obras pictóricas resultó ser, ni más ni menos, que un espía ruso. Se libró de la cárcel porque tenía cierta información que relacionaba al mismísimo duque de Edimburgo con el caso Profumo, otra de espías rusos que ni en una de James Bond. En 1981, un chaval de 17 años que se aburría decidió dispararle con balas de goma, gracias a Dios y en 1982 se encontró a un intruso en su dormitorio de Buckingham. Que tú ponte el plan, Sumaje durmiendo, con los rulos puestos, abre medio ojo y se encuentra ahí a un tipo, mirándola fijamente. Mirad lo que os digo, a mí me pasó una vez lo mismo, solo que era mi hija la que me miraba, y casi me muero, no te digo ná si es un fulano. La cosa no mejoró en los 90. En 1992 se anunció el divorcio de la princesa Ana, la separación del príncipe Andrés, las trifulcas de mis suegros ocupaban las portadas de todos los tabloides y se le pegó fuego al Castillo de Windsor, la casa verdadera de la reina. Vamos, lo que viene siendo un año de mierda, que Sumaje bautizó como su "annus horribilis", que queda mucho más elegante, qué duda cabe. Pero si os creéis que las aventuras de los Windsor acaban aquí, estáis muy equivocados. En los próximos capítulos, veremos las andanzas de los hijos de la reina, que nos van a dejar de pasta de boniato.

"Nene, Felipe, atiende qué bonico lo ha escrito la zagala esta"



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