Como os he contado en Instagram, hay algo que quiero confesar. No sabía si contarlo o no, porque es fuerte y está muy mal visto, pero he ido dejando caer pistas en mis stories y en alguna que otra publicación y ha habido confesiones - en privado, eso sí - de más gente con esta problemática en la vida. Así que aun a riesgo de poner en riesgo mi buen nombre, me he decidido a darle visibilidad a este drama silenciado, así que ahí voy: NO ME GUSTA EL VERANO. Así mismo te lo digo.
Ahora podéis dejar de seguirme en Instagram, bloquearme, decid a mis amigos que me retiren la palabra y denunciarme a la Guardia Civil, pero antes dejadme que me explique.
El primer motivo por el que no me gusta el verano es porque los efectos de su tortura comienzan la noche de Nochevieja. ¿Que no? Venga, que levante la mano quien no ha dicho después de las uvas aquello de "bueno, vamos a gozar esta noche, que mañana empieza la operación bikini". Porque ojo, tú no puedes llegar al mes de junio con tus lorzas de todo el año, con tus pelos en las piernas y en lo que no son las piernas, blanca como el papel y con tu celulitis bien lustrosa. No señor. Tú al mes de junio tienes que llegar con diez kilos menos de los que tenías en enero, bien apretaita, calva como una rana en aquellas zonas que todas sabemos y morena, muy morena. Porque a ver qué es eso de llegar al primer día de playa brillando en la oscuridad. Y mirad, qué queréis que os diga, a mí esto me estresa y no tengo necesidad.
Si el calor asfixiante os parece poco, hablemos de Estrella Damm, que es la que tiene la culpa de todo. En verano hay que pasárselo bien por narices. No vale decir que estás derrotao, que lo más que piensas hacer es tirarte en el sofá y fundirte en un solo ser con él mientras ves, una por una, todas las series de Netflix. No hija, no. Como si vivieras en un anuncio de cerveza, en verano tienes que cumplir uno por uno con los must estivales, a saber, ir a una playa de ensueño, hacer un viaje de no menos de cinco horas en avión, chuzarte en las fiestas de algún pueblo, leerte como poco diez libros, fotografiar puestas de sol o amaneceres como si los fueran a prohibir, tomarte un mojito de veinte euros en un chiringuito megasupercool y enamorarte locamente de un desconocido con el que no has cruzado palabra (si es guiri, puntúa doble). Porque en verano hay que "hacer cosas". Tienes que aprovechar el tiempo y no importa que lo que más te apetezca después de un año currando como una bestia sea no moverte de tu casa. El verano tienes que vivirlo, aunque eso signifique volver de las vacaciones medio muerta.
Y no te cuento si encima, eres madre, porque entonces no solo tienes que llegar al mes de junio como si fueras a desfilar para Victoria Secret y hacer más planes que el Equipo A. También te tienes que asegurar de que cadapuñetero verano sea el verano de la vida de tus hijos, lo que implica hacer manualidades, ir a la feria, cuidar de un animalito, hacer castillos de arena que necesitan un permiso municipal de obras, buscar bichos aunque te repugnen o aprender algo nuevo (tú y ellos, no vale que sea algo que tú ya supieras). Total, na.
Pero ojo, que si creías que con la llegada de septiembre y la vuelta al cole, la tortura se acaba, siento decirte que no. Porque vuelves al curro y a tu vida rutinaria (bendita rutina), pero aún te quedan un par de meses mínimo de aguantar al pesao de contabilidad contando cada media hora que Formentera es el paraíso en la Tierra, a la cansina de tu vecina que todavía no se ha quitado el collar de caracolas porque añora mucho la libertad del verano o al insoportable de tu cuñado enseñándote fotos de Vietnam cada vez que te coge por banda. Y claro, en este impasse nos plantamos en menos que canta un gallo en diciembre y vuelta a empezar con la operación bikini, la búsqueda de destinos de vacaciones en los que no haya estado nadie jamás y con los rayos UVA y/o tumbarte en la terraza para ir cogiendo colorcillo.
Así que estando las cosas en esta tesitura, ahí os quedáis, summer lovers, con vuestro verano, vuestros treintayochogrados a la sombra, vuestro mosquitos tigre, vuestras playas con overbooking y medusas y vuestro estrés por pasar el mejor verano de vuestra vida, que yo me quedo esperando al invierno, al peli, sofá y manta, a la bufanda y los guantes y a los suéters que tapan el michelín. Al menos, hasta Nochevieja.
¡Un abrazo chillao!
Ahora podéis dejar de seguirme en Instagram, bloquearme, decid a mis amigos que me retiren la palabra y denunciarme a la Guardia Civil, pero antes dejadme que me explique.
El primer motivo por el que no me gusta el verano es porque los efectos de su tortura comienzan la noche de Nochevieja. ¿Que no? Venga, que levante la mano quien no ha dicho después de las uvas aquello de "bueno, vamos a gozar esta noche, que mañana empieza la operación bikini". Porque ojo, tú no puedes llegar al mes de junio con tus lorzas de todo el año, con tus pelos en las piernas y en lo que no son las piernas, blanca como el papel y con tu celulitis bien lustrosa. No señor. Tú al mes de junio tienes que llegar con diez kilos menos de los que tenías en enero, bien apretaita, calva como una rana en aquellas zonas que todas sabemos y morena, muy morena. Porque a ver qué es eso de llegar al primer día de playa brillando en la oscuridad. Y mirad, qué queréis que os diga, a mí esto me estresa y no tengo necesidad.
Otra cosa que me revienta del verano es que da la casualidad de que cae justo en los meses en los que puedes freír un huevo en el capó del coche. Yo, si el verano cayese en diciembre, sería la amante número uno de la canícula, pero qué queréis que os diga, a mí, los 37 grados de media, me superan. Yo entiendo que a ti, que me lees desde Burgos, el calor te parezca lo más de lo más, pero a mí, como murciana que soy, cinco meses de tórrido calor me parecen como demasiao. Sí, sí, has leído bien, aquí el verano dura mínimo de mayo a octubre, cuando no más. Así que me vais a perdonar, pero si esto no es una tortura, que venga Georgie Dann y lo vea.
Si el calor asfixiante os parece poco, hablemos de Estrella Damm, que es la que tiene la culpa de todo. En verano hay que pasárselo bien por narices. No vale decir que estás derrotao, que lo más que piensas hacer es tirarte en el sofá y fundirte en un solo ser con él mientras ves, una por una, todas las series de Netflix. No hija, no. Como si vivieras en un anuncio de cerveza, en verano tienes que cumplir uno por uno con los must estivales, a saber, ir a una playa de ensueño, hacer un viaje de no menos de cinco horas en avión, chuzarte en las fiestas de algún pueblo, leerte como poco diez libros, fotografiar puestas de sol o amaneceres como si los fueran a prohibir, tomarte un mojito de veinte euros en un chiringuito megasupercool y enamorarte locamente de un desconocido con el que no has cruzado palabra (si es guiri, puntúa doble). Porque en verano hay que "hacer cosas". Tienes que aprovechar el tiempo y no importa que lo que más te apetezca después de un año currando como una bestia sea no moverte de tu casa. El verano tienes que vivirlo, aunque eso signifique volver de las vacaciones medio muerta.
Y no te cuento si encima, eres madre, porque entonces no solo tienes que llegar al mes de junio como si fueras a desfilar para Victoria Secret y hacer más planes que el Equipo A. También te tienes que asegurar de que cada
Pero ojo, que si creías que con la llegada de septiembre y la vuelta al cole, la tortura se acaba, siento decirte que no. Porque vuelves al curro y a tu vida rutinaria (bendita rutina), pero aún te quedan un par de meses mínimo de aguantar al pesao de contabilidad contando cada media hora que Formentera es el paraíso en la Tierra, a la cansina de tu vecina que todavía no se ha quitado el collar de caracolas porque añora mucho la libertad del verano o al insoportable de tu cuñado enseñándote fotos de Vietnam cada vez que te coge por banda. Y claro, en este impasse nos plantamos en menos que canta un gallo en diciembre y vuelta a empezar con la operación bikini, la búsqueda de destinos de vacaciones en los que no haya estado nadie jamás y con los rayos UVA y/o tumbarte en la terraza para ir cogiendo colorcillo.
Así que estando las cosas en esta tesitura, ahí os quedáis, summer lovers, con vuestro verano, vuestros treintayochogrados a la sombra, vuestro mosquitos tigre, vuestras playas con overbooking y medusas y vuestro estrés por pasar el mejor verano de vuestra vida, que yo me quedo esperando al invierno, al peli, sofá y manta, a la bufanda y los guantes y a los suéters que tapan el michelín. Al menos, hasta Nochevieja.
¡Un abrazo chillao!